Reroll: Sin pasado no hay presente
Me enfundo las gafas de la nostalgia para analizar mis primeros pasos en el mundo de los videojuegos
Para empezar esta aventura en Reverse, y concretamente mi sección Reroll, no he podido evitar retrotraerme a mis primeros recuerdos relacionados con los videojuegos. Como buen niño de principios de siglo, yo viví esos últimos años en los que los teléfonos solo se usaban para llamar, los fines de semana alquilabas una película en VHS y la página web Minijuegos era lo más cercano al paraíso del entretenimiento digital.
Sinceramente, me cuesta discernir mis primeras veces delante de una pantalla, seguramente porque desde pequeño normalicé la presencia de videojuegos gracias a mi padre y a mi madre. Eso sí, me inculcaron una filosofía a la hora de entenderlos muy concreta.
Me acuerdo de pasar horas y horas sentado en la falda de mi padre, delante del ordenador, con él perdiendo de la manera más injusta posible en el Age of Empires I, cuando de repente aparecían veinte jinetes con camellos y otros veinte soldados de élite, para los cuales la única defensa que teníamos era un humilde centro urbano y un par de atalayas sin mejora alguna.
De todos los modos de victoria posible, mi padre rechazaba cualquier victoria militar; él quería vencer con la construcción de una Maravilla. Pocas cosas definieron más mis primeros compases con los videojuegos. Mi progenitor quería usar todo su ingenio para conseguir el triunfo, a pesar de que las mecánicas te impulsaran a potenciar la faceta bélica. Queríamos hacerlo a nuestra manera.
La IA del juego nos venció muchas veces, sí, pero os puedo asegurar que las pocas que ganamos tuvieron un sabor especial. Mi padre me enseñó a ir por el camino largo, a entender que los videojuegos son una puerta en la que reflejar aquello en lo que crees, aunque eso conlleve ir por senderos inimaginables (a veces hasta imposibles).
“Mi padre rechazaba cualquier victoria militar; él quería vencer con la construcción de una Maravilla”
Otro de los juegos que sin duda marcó mi infancia fue Pokémon. Todavía me acuerdo del día en que me regalaron mi primera consola, una Game Boy Advance SP de color rojo. La felicidad que sentí ese día fue indescriptible, en cierta medida era como un pedacito de libertad, saber que podía tener mi propia partida, mis propias decisiones, mi propia aventura.
Respecto al juego, Pokémon Rojo Fuego, era un desafío demasiado ambicioso a mis cuatro años de edad. Quizás, ya con perspectiva, saltar todos los diálogos no era la mejor estrategia para proseguir con la narrativa, aunque fui creciendo a medida que conseguía medallas de gimnasio.
A pesar de la simpleza de su fórmula, la infinitud de posibilidades hicieron única la experiencia, el desconocimiento de esa época no hizo más que reforzar un fenómeno social que nos llevó a todos a descubrir un mundo vivo (sobre todo en mi imaginativa cabeza).
Siempre he pensado que sin pasado no tenemos presente, y el hecho de que hoy empiece en Reverse con Reroll es también gracias a todo ese amor que un día surgió para los videojuegos. Gracias a eso estoy hoy aquí, a ese niño que celebró construir una maravilla, y al que le brillaron los ojos cuando mi Bulbasaur evolucionó.
En este rincón quiero exponer aquello que juego, pero quería hacer primero un pequeño homenaje a los videojuegos que me han llevado hasta aquí. Zarpamos.